No soy un viajero frecuente, pero sí he tenido la suerte de recorrer unos cuantos aeropuertos - desde los enormes, en que se ven los aviones bajar en espiral haciendo "cola" para tener su lugar de aterrizaje, hasta los pequeños con frenadas bruscas y caminatas por la pista rumbo a diminutas casas de campo convertidas en terminales aéreas.
Y cuando se repiten los tramos, los vuelos dejan de tener la expectativa de la novedad, el viaje es de trabajo y uno está con la cabeza en otra cosa, la dinámica de controles de equipaje, migraciones, free shops, esperas, puertas de embarque, boarding pass, pasillos angostos, guarda equipajes que no cierran, asientos apenas reclinables, revistas vacías de contenido (tan breves como el puente aéreo que une Montevideo con Buenos Aires, que apenas permite al avión quedar horizontal), bolsitas para vómitos, auriculares desechables, selección de música o película (con suerte), pequeñas turbulencias, carritos con azafatas, alas desplegadas para frenar el pájaro de acero; y otra vez control de equipaje, migraciones y free shops, se vuelve algo tedioso, rítmico, como un rumor de olas cuando uno se cuelga a mira el horizonte.
Me ha tocado llegar al aeropuerto de destino y esperar mi transporte terrestre los minutos suficientes para ver como la efervescencia de pasajeros, taxistas y guías turísticos desaparece... quedando el salón vacío, de empleadas de tiendas solitarias que preparan el próximo embate con el sonido de las escaleras mecánicas eternas y también solas.
Los carteles con nombres de turistas, empresarios y empleados viajeros, el acoso de vendedores de rentadoras de autos y taxistas paseanderos con muchas ganas de hablar. Idiomas variados, rostros de la multicultura trotamundos, valijas que ruedan. Las últimas monedas locales que se gastan en lo que sea necesario, como quien quiere dejar todo en el aeropuerto, para llegar "limpio" a casa (o al nuevo destino).
La globalización neutralizó los shoppings y estandarizó muchas rutinas, pero los aeropuertos siguen siendo una mezcla extraña y única, original, particular, de rasgos mixtos, de sitios comunes, pero también llenos de idiosincrásicas locales, despedidas autóctonas y burocracias con marca país.
Vienen a mi mente películas ambientadas en aviones y aeropuertos, pero no las voy a mencionar - que cada uno recuerde las suyas - pues ya es momento de embarcar, y no quiero que mi nombre se diga en los altoparlantes, señalándome como uno de los pasajeros demorones que se durmió en la sala de espera o se entretuvo con las compras libres de impuestos.
[Foto: ATR de BQB - Asunción Jul 2013, GB (cc)]
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